domingo, 4 de julio de 2010

Mis Siete Pecados Capitales (Parte Primera): Lujuria


Se puede considerar muy arriesgado afrontar en un blog una serie epistolar sobre un tema tan controvertido como los siete pecados capitales que la tradición cristiana postuló hace tiempo para terror de sus fieles. Como soy un irreverente irredento en cuanto a tradiciones religiosas se refiere – que no se me ofenda nadie por favor – voy a tomar esta temática como punto de partida para una serie que, al menos, me sirva para liberar algo de prosa y, de paso, entretenerme.
¿Y por qué? Porque al igual que siempre digo que a este mundo le hacen falta más besos y menos balas, también digo que el ser humano necesita liberarse del velo protector, mezclado de hipocresía en ocasiones necesaria, que conforma la personalidad de cada cual. Porque si alguien está libre de los pecados capitales que tire la primera piedra. Y no porque haya hecho de ellos una especie de “way of life”, sino porque dentro de las millones de conexiones sinápticas del cerebro siempre hay un espacio para ellos, nos guste o no, lo queramos o no, lo neguemos o no.
Y vamos a hablar en plata de la lujuria, definida como el deseo de un exceso sexual desordenado e incontrolable. Si bien su raíz latina (luxus) significa abundancia o exuberancia y podría darnos una serie de interpretaciones muy distintas a las que se la ha dado históricamente. Pero no estoy aquí para hablar de exuberancias, que para eso ya hay revistas como FHM y otras. Lo que me motiva es la parte de esos impulsos eléctricos entre neuronas que nos lleva a dedicar más de un pensamiento incontrolado a este gran pecado, probablemente uno de los más controvertidos de la serie de siete. A nadie le da ningún reparo hablar abiertamente de la gula o de la pereza, son pecaditos capitales, pero amigos, la lujuria son palabras mayores.
Me planteo una reunión social estándar (y hablaré de las que he vivido) donde cada uno va contando una serie de historias sobre lo divino y lo humano, con mayor o menor intensidad, mayor o menor alegría, más o menos gracia, en fin, cualquiera de las reuniones sociales en las que hemos podido participar una noche de sábado alrededor de una mesa con un buen mojito en la mano o, en mi caso, con un whisky solo con dos hielos en una copa (a poder ser Black Label) y en la compañía de un gran grupo de amigos. Pues bien, una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es que es muy raro que una velada de esta índole no se hable de sexo al menos una docena de veces, si no más. No se digan cosas que se piensan y, sobre todo, no se piensen muy bien las cosas que se dicen. Que nadie se me moleste, y si por esto voy al infierno, pues que le voy a hacer. Soy un trabajador de 40 horas semanales o más. El infierno lo tengo garantizado.
Nunca he entendido porque la gente reprime la sensación de gustar o ser gustado aunque tengamos pareja estable. Cuando estamos con alguien del sexo contrario manteniendo una conversación, ha de existir factores que nos permitan continuar con esa conversación. Lo contrario no tendría sentido, no te vas de cena y de copas con gente a la que no soportas y necesitamos sentir esa sensación para reforzar nuestro ego. Y no es nada malo caray, hay que darle nombre a las cosas, eso nos encanta a los humanos, y una realidad que tengo muy contrastada es esta que cuento. Pongo un ejemplo: imaginemos una fiesta entre cuatro o cinco parejas de amigos en una casa de campo. Ha habido barbacoa con abundantes litros de cerveza, buena carne a la brasa y una de nuestras amigas especialistas en postres se ha sacado de la manga un tiramisú casero de esos que te hacen creer ciegamente que existe un más allá. Después de la cena, unos cuantos cubatas y un poco de música (hasta aquí supongo que todo el mundo se ha sentido identificado, de lo contrario replantearse la vida que se lleva no estaría de más). Como se suele decir estamos en ambiente (o se nos ha calentado el “torrao”, según se prefiera) y tenemos una piscina donde bañarnos. Pues al agua vamos. Seguimos bebiendo, riendo, contando chistes y sintiéndonos los reyes del universo por momentos. Son situaciones de plena satisfacción, necesarias y sanas, siempre y cuando no se acabe en urgencias con un coma etílico, entendámonos. Estas dispersiones dan pie a todo tipo de fantasías, sueños imposibles de cumplir, propósitos que al día siguiente nos parecen una caricatura y una hermandad que difícilmente se logra en estado sobrio. De ahí radica su magia y poco importa el entorno, lo que importa es la situación y alcanzar ese estado.
He de comentar que en estas situaciones he vivido experiencias de lo más variopintas y, en ocasiones, algo bochornosas incluso siendo yo el protagonista de ellas, pero que le vamos a hacer, siempre y cuando no se cruce la delgada línea roja y seamos gente de bien, al día siguiente solo tienes que pagar tu deuda con la sociedad en modo de burlas y algún que otro comentario que nos pinta la cara. Sigue sin pasar nada, el recurso maravilloso de decir: “uf, no me acuerdo de nada desde que me tome el quinto mojito” es muy recurrente y todos lo entiende, porque todos hemos pasado por ahí. Y repito, si alguien no lo ha vivido, ya está tardando.
Y por fin he llegado al punto que quería, a lo que acabo de nombrar como la delgada línea roja. Doy por hecho que la mayoría somos gente de bien y no la traspasamos. Hay personas que sí, y como ha de haber de todo pues ahí están. Pero el meollo de la cuestión es el siguiente: de poder cuantificarse, ¿cuántas veces en el trascurso de la situación descrita hemos caído en el pecado capital de la lujuria? Hay que pensarlo un momento, o ni siquiera, porque si somos honestos con nosotros mismos, y de eso se trata cuando alguien lee algo como lo que estoy escribiendo, reconoceremos que mentalmente hemos pasado esa línea roja con más de un miembro del sexo opuesto (o del mismo) de los presentes, y no necesariamente con nuestra pareja. De hecho, doy por supuesto que no es con nuestra pareja. Esto nos convierte, de facto, en candidatos para el infierno o en carne de hoguera.
Lo grande de esto es que no pasa nada. Nuestras vidas siguen y lo que se ha de romper, se rompe. Y lo que ha de surgir, surge. No podemos condenar lo que nos hace humanos y los sentimientos lujuriosos son parte de nuestra naturaleza. Para evitar que la sangre llegue al río tenemos la conciencia y para las noches de desenfreno, mañanas de ibuprofeno. Buena lujuria a todos.

"Ira, orgullo, envidia, gula... Lleva usted cuatro de los siete pecados capitales en dos minutos. ¿Registran ustedes los récords? ¿Hay Católicoolimpiadas?" (Doctor House a una monja)

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