domingo, 5 de septiembre de 2010

Cerca de un final


Siempre me ocurre, cuando estoy disfruntando de una gran película o un buen libro, que quiero que los últimos minutos o las últimas páginas se alargen hasta el infinito y más allá, como diría el gran Buddy de "Toy Story". Me topo con la realidad que los grandes momentos vividos se diluyen en la realidad haciendo un hueco en mis recuerdos mas o menos indeleble. Es una huella bonita, que nunca se quiere perder y que de vez en cuando gusta revivir.
Con los malos libros, las malas películas y las malas experiencias es lo mismo pero al reves. Es el yang frente al ying. Deseas acabarlo antes de empezar y resulta muy fácil acabar con esa anguistia. Si hay que quitar esa peli a los tres minutos pues se quita, y si he de quemar el libro en una pira funeraria junto con otros miles de libros que jamás deberían haber sido escritos, pues lo hago y tan feliz me quedo. ¿pero que hay de las experiencias? Eso es mas delicado, ya que aunque te encuentras en situación de prevenir lo que te ocurre siempre queremos abrir la siguiente puerta a ver si esta nos lleva a la salida, cuando lo mas probable es que nos lleve al sótano. A pesar de saber que la situación es controlable, te das cuenta que el controlado eres tú, ya que supones una simple linea de código dentro de un complejo programa diseñado y tejido por muchas manos. Dejar escapar a ese solitario grupo de ceros y unos es, aparte de desestabilizador, en ocasiones imposible.
Y en esto me siento como cuando en ocasiones he desmontado un pequeño electrodoméstico. Cuando he reparado la averia (si he podido) y lo vuelvo a montar, rara es la vez que no me sobra un tornillo, una arandela o una chapa de color plateado que no se muy bien para que sirve. Pero compruebo con alegria, que al volver a enchufar el cacharro a la corriente eléctrica, éste vuelve a hacer su papel. ¿Qué he conseguido? Solucionar un problema y encima aligerar el peso del aparato, y eso no debe ser del todo malo.
Pero esto es fácil de hacer con una plancha o con un amplificador, pero parece ser que es imposible de hacer con las personas. Enfrentarse al destino es, en ocasiones, tedioso y peligroso, pero si yo soy capaz de encontrar un uso diferente para esa extraña chapa de color plateado, cómo no se va a poder hacer lo mismo con las personas. Esto es de perogrullo.
Recuerdo en estos momentos a una gran figura histórica como Julio Cesar, guerrero y estadista al que admiro dada la distancia histórica. Después de colocar a Roma en la cima del mundo convirtiéndola en un imperio que duraría siglos, se enfrentó a su última sesión del senado sabiendo que lo iban a matar. Pensó, reflexionó, valoró sus opciones, y por mucho que hubiera querido que sus conciudadanos tomaran otra acción sobre él, sabía que no podría evitar su asesinato. Caminó con paso firme con su toga bien puesta, su cabeza alta y su mirada al frente, directo al patíbulo. Repasó su vida sin arrepentirse de las decisiones que había tomado con anterioridad a pesar de que lo llevaban al final, porque esas decisiones se tomaron en un contexto que no daba pie a otras y no había que pensar en consecuencias que vendrían meses después, o incluso años después.
Dicen las crónicas, que en el momento del magnicidio, cuando estaba recibiendo más de cincuenta puñaladas por todo su cuerpo, ni un solo reproche, ni una sola queja salió de su boca. Ni siqiuera la famosa frase de "tú también, Bruto" fue real. Se limitó a recibir su castigo. Un castigo que el consideraba injusto después de todo lo que había hecho por el imperio, cosas que otras personas consideraban auténticos delitos.
En esa tesitura nos podemos encontrar en ocasiones. Cuando no hemos provocado una situación, sino que hemos ayudado a que un proyecto salga adelante con nuestras mejores intenciones y a pesar de ello, somos castigados sin entender muy bien por qué.
Supoongo que Julio Cesar pensó que habría una vida después de la muerte. Yo me quedo con una de las frases antológicas que dejó Groucho Marx en su vida cuando le hicieron esa pregunta: "Dudo mucho que haya vida antes de la muerte para algunos"
Un abrazo.

viernes, 6 de agosto de 2010

Consejos vendo pero para mi no tengo


Ayer pasé una buena tarde con la familia. Conversando de lo divino y lo humano y un poco de las cosas importantes. Dentro de este segundo campo y coincidiendo con la llegada abrupta de mis vacaciones, nos liberamos un poco mas y empezamos a plantear diversas tareas para estos días y a hacer unos cuantos guiños al futuro. Como todos los humanos tenemos boca y un buen puñado de opiniones a repartir por doquier, pues la situación ayer no fue distinta. Los padres, hermanos, cuñados y familiares más o menos cercanos, incluidos los amigos de verdad, siempre intentan echar una mano en las situaciones difíciles, sobre todo con lo que he mencionado: los consejos. La grandeza de esto es que mientras uno entrega un consejo más o menos bien hilado a alguien, rara vez se para a pensar si la ejecución de dicho consejo sería aplicable en su propio caso. Si uno plantea la toma de decisiones desde una perspectiva particular, no exenta de los aportes que los demás nos hacen, ante todo hay que respetar ese punto de vista. Es evidente que si alguien camina en dirección al precipicio en plan Thelma y Louise, alguien ha de pararlo. Pero creo que no es mi caso.

Esta introducción un poco divagada me sirve para entrar en materia. Cuando llegamos a casa por la noche, mi mujer y yo continuamos con el debate y surgió una idea que siempre ha de analizarse: hasta qué punto debemos dejar que el orgullo y la soberbia no guíen. No estoy planteando que yo sea un ser excesivamente soberbio (que algo hay), pero desde luego sí que soy orgulloso. Aceptar críticas constructivas se convierte en muchas ocasiones en una prueba de fuego casi insuperable. ¿Quién no se siente identificado? Si de hecho, lo que nos hace evolucionar como personas en muchas ocasiones es precisamente eso, tener ese punto de mala leche en el que nos sentimos un peldaño por encima de los demás aunque de boca para afuera no lo reconozcamos. El mestizaje de ideas es algo maravilloso, precisamente porque nadie está en posesión de la verdad y todos tenemos derecho a equivocarnos. Pero a pesar de disponer de ese derecho también tenemos un deber: el de reconocer los errores y aceptar las críticas de la gente que nos importa. Simplemente porque no pasa nada.

Para un hijo sus padres lo son todo, aunque tenga cincuenta años y los progenitores sean unos ancianos. Podrás reconocer de mejor o peor manera sus errores, pero se equivocan en sus decisiones al igual que lo hacemos nosotros. Cuando uno está tan íntimamente implicado en esa situación, el prisma de observación de la realidad suele estar desenfocado y la mirada crítica de tu pareja, de un buen amigo u otro tipo de voz autorizada siempre ha de venir bien. Si disipamos los sentimientos que inflan nuestros egos, nos daremos cuenta que muchas veces esas voces autorizadas suelen estar más cerca de la verdad en determinados temas que nosotros mismos, por mucho que nos duela la situación. Y esto no es un alegato en contra de los padres, ni mucho menos, ya que lo que estoy contando es aplicable a todos los campos de la vida. A saber:

En una empresa, el jefe, por mero hecho de ser el emprendedor y empresario (muchas veces esas dos cosas no van unidas) no se encuentra en posesión de la verdad absoluta. Ni siquiera se acerca en determinados casos. Pero ejercen de emperadores de la sabiduría y se plantan delante de sus súbditos ignorantes como adalides del conocimiento. A lo largo de mi vida laboral he trabajado en más de diez empresas. En muchas no he durado más de un día y en otras he estado cinco años. Y el factor común a todas ellas siempre ha sido la soberbia y la falta de humildad. Tal vez porque nunca he dado con el prototipo de empresario que a mí me gustaría tener dirigiendo el barco, tal vez mis aspiraciones en la vida sean demasiado soñadoras, pero mi petición al respecto siempre es la misma: humildad. Es algo que he clamado a gritos allí por donde he pasado y es algo que intento aplicar a mi mismo aunque en ocasiones no lo consiga. Yo he pasado esas fases. Tuve un negocio hace años que no funcionó mi fracaso se debió a lo que estoy diciendo. Yo lo sabía todo, ni mi mujer, ni mis padres, ni nadie de mi entorno tenía ni idea de qué hablaban. Yo era el eterno incomprendido y los demás me hacían un boicot sistemático. Veía paranoias y conspiraciones por todas partes y únicamente la ruina que me llego y la soledad que me encontré después, pudieron sacarme del agujero. Mi entorno fue determinante en la solución del problema y tuve que pedir muchas disculpas y reconocer muchos errores que a día de hoy, más de diez años después, aun siguen levantándome ampollas. Pero jamás podré decir que no eran ciertas las críticas que me llegaban.

Hace tiempo, en mi anterior etapa laboral, le dije a un buen amigo que me encantaba trabajar a su lado porque eso me hacía mejor trabajador. Es un tipo muy inteligente y siempre me ha gustado rodearme de personas más inteligentes y con más conocimientos que yo. Eso es la evolución para mí. En mi trabajo actual me pasa algo muy similar, solo que no es una persona, son un buen puñado. Me hacen ser mejor trabajador y me hacen ser mejor persona. Independientemente de la batalla de egos a la que en ocasiones asisto y que es motivada por el afán de superación y por un espíritu competitivo que ha hecho de este colectivo algo que nunca antes había visto. Me siento bien con ellos, noto que evoluciono, y solamente actitudes como las antes descritas harán que este sueño se convierta en pesadilla.

Quiero creer que, como seres evolutivos, aprendemos de los errores, y deseo, a pesar de estar llegando a la línea de meta mucho antes de lo que hubiera deseado, que las personas aprendan de sus errores, se tomen la pastilla de la humildad y deseen ser mejores ayudándose de su entorno, tal y como yo intento hacer. Porque de esa manera un día se levantarán por la mañana y dirán: “siento que soy mejor y gracias a mis compañeros, mañana me superaré”

lunes, 26 de julio de 2010

El Dañocolateralismo


Si hay algo peor que tropezarse por causas ajenas a tu voluntad, es la cronología de un fracaso. Hoy no puedo ser optimista, lo siento, y mira que va en contra de mi modo de ser. Convertirse en mero espectador de los acontecimientos que nos suceden y no poder intervenir para que se resuelvan de una u otra forma en un tiempo razonable, es, de lejos, lo peor que nos puede pasar. Tengo el ánimo bajo aparte, por un hecho luctuoso que me ha ocurrido este fin de semana con un familiar de mi mujer, que aun enfatiza más mis sensaciones. Un trágico accidente de tráfico convierte, de un minuto a otro, tu vida en una postal difusa de la vida de alguien al que no reconoces. Tus sueños, metas, hijos, deseos, objetivos, pasan a un quinto plano de donde no se sabe si saldrán alguna vez.
Algo lejos de esto, por suerte, es lo que me acontece. Lo que pasa es que, como ya he comentado en alguna ocasión, somos seres sociales y empáticos. Dicho vulgarmente: “lo que te afecta me afecta”, y aunque tengo un índice de sociopatía importante, no termino de ver los acontecimientos que me rodean como una película que le está ocurriendo a otro, no a mí mismo. Y no es que roce, ni de lejos, lo que reza uno de los álbumes de El Último de Fila, titulado “Cuando el hambre entra por la puerta el amor salta por la ventana”, pero es una seria reflexión que en un individuo como yo, cercano a la mediana edad, convierte en real los fantasmas de otras realidades.
Por el hecho que comento, el de no poder controlar nuestro destino, en ser mera comparsa de decisiones que toman otros, uno se ve abocado a estos lodazales. Rousseau decía que el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad le corrompe, y yo siento que es así. Esto me ha traído sinsabores a lo largo de mi vida truncando algunas amistades, pero no dejaban de ser en muchas ocasiones simples pataletas en gente pre y post adolescente. Cuando entra factores como la estabilidad personal, el futuro de un hijo, los sueños de una pareja y los trastornos de una familia, y el “dañocolateralismo” se convierte en el life motive de una vida, uno no se puede sentir de otra forma más que frustrado, enfadado, rabioso y… lo dejo ahí.
No porque ciertas situaciones delicadas vayan a cambiar una vida entera, que si no pasa nada, será larga y próspera. No porque nada tenga remedio, excepto lo que he comentado antes de este familiar. Todo se repone, y si no fijémonos en la Alemania post II Guerra Mundial. Hoy en día nadie duda de que sea el motor de la Unión Europea. Pero a uno siempre le queda la duda de que aun haciendo las cosas bien, respetando a los demás, siguiendo las normas y todo eso, si has de estar jodido lo estarás, y que impedirlo ni depende de ti ni es decisión tuya. Creo que es como para estar como he explicado. Y que conste que esa palabra que me he inventado, el “dañocolateralismo”, a pesar de causar estragos, es controlable y recuperables las pérdidas que genere. Pero joder, necesito dar un puñetazo en la mesa y decir lo que pienso, aunque sea en este blog personal que leen 4 gatos.
En fin, terminemos con una miaja de optimismo dando las gracias a esos gatos y a la bendita paciencia de la gente buena en realidad, véase mi familia, amigos y compañeros de trabajo. Vampirizar esas energías es lo único que ahora mismo me hace madrugar todas las mañanas.

viernes, 23 de julio de 2010

Una vez hubo un sueño...


Una vez hubo un sueño llamado Roma, sólo podías susurrarlo, a nada que levantaras la voz se desvanecía, tal era su fragilidad... y ahora temo que no sobreviva al invierno.

(Marco Aurelio y el General Máximo en "Gladiator" de Ridley Scott)

Creo que es apropiada esta cita para definir lo que siento. Aunque saliéndome un poco de la línea ortodoxa más bien se podría definir mi situación como que no está hecha la miel para la boca del asno. Que vivan los refranes populares y que duren.

Las realidades que vivimos conforman, en su mayoría, el muro de nuestra experiencia. El saber lidiar con los obstáculos del camino perfila aun más nuestra capacidad para asimilar cambios y abordar nuevos retos. Como humano que soy, no estoy exento de estas sensaciones, a pesar de que muchas de ellas hacen un daño que difícilmente se repara. Pero precisamente por ser humano, por mi condición, sé que soy capaz de levantarme una y otra vez, con más o menos ánimo, más o menos rico y más o menos motivado. Porque si muere algo hoy, nacerá algo mañana.

Lo difícil es tragarse este sapo, reconocer que de todos los caminos optas por uno y has de ser consecuente con él, y que lo voy a explorar y explotar de la mejor manera que sepa y sé. ¿Pero en qué situación me encuentro ahora? Pues en una batalla entre cabeza y corazón. Entre el dilema de quedarme besando la lona del suelo o levantarme y volver a embestir de nuevo. En ese trayecto se puede perder mucha energía, recursos y tiempo, pero se gana ilusión y posibilidades. Si clavo mi rodilla en el suelo y me incorporo con las fuerzas que me queden, es probable que vuelva a recibir otro puñetazo que me mande donde estaba, pero si no lo intento no lo sabré. Y no solo yo dependo de mi porque soy un ser social y como tal tengo mi pequeña comunidad que sufren y padecen mi situación como yo sufro las de los demás.

Por tanto, y a pesar de que como reza la cita, una vez hubo un sueño llamado Roma, la realidad toma el relevo y me invita a cruzar la siguiente puerta. ¿Qué hay detrás? Me muero de ganas por saberlo.



sábado, 10 de julio de 2010

Mis pelis

No puedo dormir y hay que hacer algo.
Estoy de inauguraciones. Me apetece comentar las películas y las series que voy viendo y empezaré por una de esta misma noche que ya había visto hace tiempo pero que no me acordaba de ella. Se llama The Jacket y me he currado una ficha sobre la que se puede pinchar y donde incluyo mi comentario. Iré mejorando el diseño poco a poco.

The Jacket:


Si la veis o la habéis visto contarme que os parece.

Y otra de ayer, simplemente alucinante.

The Man from Earth:


Abrazos para tod@s

domingo, 4 de julio de 2010

Mis Siete Pecados Capitales (Parte Primera): Lujuria


Se puede considerar muy arriesgado afrontar en un blog una serie epistolar sobre un tema tan controvertido como los siete pecados capitales que la tradición cristiana postuló hace tiempo para terror de sus fieles. Como soy un irreverente irredento en cuanto a tradiciones religiosas se refiere – que no se me ofenda nadie por favor – voy a tomar esta temática como punto de partida para una serie que, al menos, me sirva para liberar algo de prosa y, de paso, entretenerme.
¿Y por qué? Porque al igual que siempre digo que a este mundo le hacen falta más besos y menos balas, también digo que el ser humano necesita liberarse del velo protector, mezclado de hipocresía en ocasiones necesaria, que conforma la personalidad de cada cual. Porque si alguien está libre de los pecados capitales que tire la primera piedra. Y no porque haya hecho de ellos una especie de “way of life”, sino porque dentro de las millones de conexiones sinápticas del cerebro siempre hay un espacio para ellos, nos guste o no, lo queramos o no, lo neguemos o no.
Y vamos a hablar en plata de la lujuria, definida como el deseo de un exceso sexual desordenado e incontrolable. Si bien su raíz latina (luxus) significa abundancia o exuberancia y podría darnos una serie de interpretaciones muy distintas a las que se la ha dado históricamente. Pero no estoy aquí para hablar de exuberancias, que para eso ya hay revistas como FHM y otras. Lo que me motiva es la parte de esos impulsos eléctricos entre neuronas que nos lleva a dedicar más de un pensamiento incontrolado a este gran pecado, probablemente uno de los más controvertidos de la serie de siete. A nadie le da ningún reparo hablar abiertamente de la gula o de la pereza, son pecaditos capitales, pero amigos, la lujuria son palabras mayores.
Me planteo una reunión social estándar (y hablaré de las que he vivido) donde cada uno va contando una serie de historias sobre lo divino y lo humano, con mayor o menor intensidad, mayor o menor alegría, más o menos gracia, en fin, cualquiera de las reuniones sociales en las que hemos podido participar una noche de sábado alrededor de una mesa con un buen mojito en la mano o, en mi caso, con un whisky solo con dos hielos en una copa (a poder ser Black Label) y en la compañía de un gran grupo de amigos. Pues bien, una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es que es muy raro que una velada de esta índole no se hable de sexo al menos una docena de veces, si no más. No se digan cosas que se piensan y, sobre todo, no se piensen muy bien las cosas que se dicen. Que nadie se me moleste, y si por esto voy al infierno, pues que le voy a hacer. Soy un trabajador de 40 horas semanales o más. El infierno lo tengo garantizado.
Nunca he entendido porque la gente reprime la sensación de gustar o ser gustado aunque tengamos pareja estable. Cuando estamos con alguien del sexo contrario manteniendo una conversación, ha de existir factores que nos permitan continuar con esa conversación. Lo contrario no tendría sentido, no te vas de cena y de copas con gente a la que no soportas y necesitamos sentir esa sensación para reforzar nuestro ego. Y no es nada malo caray, hay que darle nombre a las cosas, eso nos encanta a los humanos, y una realidad que tengo muy contrastada es esta que cuento. Pongo un ejemplo: imaginemos una fiesta entre cuatro o cinco parejas de amigos en una casa de campo. Ha habido barbacoa con abundantes litros de cerveza, buena carne a la brasa y una de nuestras amigas especialistas en postres se ha sacado de la manga un tiramisú casero de esos que te hacen creer ciegamente que existe un más allá. Después de la cena, unos cuantos cubatas y un poco de música (hasta aquí supongo que todo el mundo se ha sentido identificado, de lo contrario replantearse la vida que se lleva no estaría de más). Como se suele decir estamos en ambiente (o se nos ha calentado el “torrao”, según se prefiera) y tenemos una piscina donde bañarnos. Pues al agua vamos. Seguimos bebiendo, riendo, contando chistes y sintiéndonos los reyes del universo por momentos. Son situaciones de plena satisfacción, necesarias y sanas, siempre y cuando no se acabe en urgencias con un coma etílico, entendámonos. Estas dispersiones dan pie a todo tipo de fantasías, sueños imposibles de cumplir, propósitos que al día siguiente nos parecen una caricatura y una hermandad que difícilmente se logra en estado sobrio. De ahí radica su magia y poco importa el entorno, lo que importa es la situación y alcanzar ese estado.
He de comentar que en estas situaciones he vivido experiencias de lo más variopintas y, en ocasiones, algo bochornosas incluso siendo yo el protagonista de ellas, pero que le vamos a hacer, siempre y cuando no se cruce la delgada línea roja y seamos gente de bien, al día siguiente solo tienes que pagar tu deuda con la sociedad en modo de burlas y algún que otro comentario que nos pinta la cara. Sigue sin pasar nada, el recurso maravilloso de decir: “uf, no me acuerdo de nada desde que me tome el quinto mojito” es muy recurrente y todos lo entiende, porque todos hemos pasado por ahí. Y repito, si alguien no lo ha vivido, ya está tardando.
Y por fin he llegado al punto que quería, a lo que acabo de nombrar como la delgada línea roja. Doy por hecho que la mayoría somos gente de bien y no la traspasamos. Hay personas que sí, y como ha de haber de todo pues ahí están. Pero el meollo de la cuestión es el siguiente: de poder cuantificarse, ¿cuántas veces en el trascurso de la situación descrita hemos caído en el pecado capital de la lujuria? Hay que pensarlo un momento, o ni siquiera, porque si somos honestos con nosotros mismos, y de eso se trata cuando alguien lee algo como lo que estoy escribiendo, reconoceremos que mentalmente hemos pasado esa línea roja con más de un miembro del sexo opuesto (o del mismo) de los presentes, y no necesariamente con nuestra pareja. De hecho, doy por supuesto que no es con nuestra pareja. Esto nos convierte, de facto, en candidatos para el infierno o en carne de hoguera.
Lo grande de esto es que no pasa nada. Nuestras vidas siguen y lo que se ha de romper, se rompe. Y lo que ha de surgir, surge. No podemos condenar lo que nos hace humanos y los sentimientos lujuriosos son parte de nuestra naturaleza. Para evitar que la sangre llegue al río tenemos la conciencia y para las noches de desenfreno, mañanas de ibuprofeno. Buena lujuria a todos.

"Ira, orgullo, envidia, gula... Lleva usted cuatro de los siete pecados capitales en dos minutos. ¿Registran ustedes los récords? ¿Hay Católicoolimpiadas?" (Doctor House a una monja)

miércoles, 30 de junio de 2010

Encrucijada


"Si tomas la pastilla azul fin de la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedas en el País de las Maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos"


Morfeo Dixit (Matrix)


Esta gran frase, gran speech o como queramos llamarlo, personalmente creo que es una de las mejores maneras de definir una decisión a tomar. Es, de facto, una manera muy elegante de poner a alguien delante de una encrucijada.

Hay momentos en la vida que se recuerdan el resto de nuestros días. Los momentos, de tan variopintos, pueden llegar a ser inclasificables. Y dentro de una distinción entre lo personal y lo laboral, de sobra se sabe que las decisiones que tomamos en uno de los dos ámbitos afectan, ¡y de qué manera!, al otro. Por eso me da tanto coraje (cabreo, indignación, etc.) frases típicas y tópicas tales como: “Esto no es nada personal, son solo negocios” o “no dejes que lo laboral te afecte a lo personal” o, yo que sé. Seguro que se nos podrían ocurrir un par de docenas de frases como estas. Y digo esto por la sencilla razón de que todo, y repito, TODO en esta vida es personal. Sencillamente porque no somos máquinas capaces de abstraer una serie de sensaciones que te llegan a uno de los dos ámbitos básicos de la vida, del otro ámbito. Porque no somos capaces de convertir en código binario lo que nuestro corazón nos dice. Sencillamente, porque el tan nombrado feeling no se compone de ceros y unos.

Admiro a las personas que ponen toda la carne en el asador y rinden al máximo tanto en casa como en el trabajo, pero decir que eso es difícil es quedarse corto. Tenemos un mal día con un par de clientes y nos cuesta un mundo cambiar de cara al llegar a casa. Tenemos una mala tarde en casa y nos cuesta diez mundos hacer nuestro trabajo con la cabeza fría. Esto es, básicamente, porque somos seres emocionales y, voy más allá: tenemos sentimientos contradictorios. Un perro o te idolatra porque eres su amo o te muerde porque eres su enemigo, pero si es tu mascota jamás se le ocurrirá (a no ser que enloquezca) morder la mano que le da de comer. Incluso aunque lo estés matando a golpes. Los seres humanos somos de otra pasta. Nos movemos por sentimientos que chocan entre ellos. Un mismo día podemos levantarnos amando a nuestra pareja, discutir al medio día, pensar en volver con mamá llevándonos nuestro pc y nuestra colección de cd’s a media tarde y reconciliarnos con una cena y una botella de vino por la noche. Si este comportamiento fuera analizado por una máquina nos declararía obsoletos al instante y aconsejaría seriamente dejar de fabricar unidades similares o, por lo menos, eliminar parte de nuestro cerebro, en concreto el sistema límbico.

¿A dónde quiero ir a parar con todo esto?. Pues al título de esta entrada: a la encrucijada. La vida se compone de un sinfín de decisiones que nos lleva a un sinfín de caminos distintos. Mi sincera opinión es que da igual cual de las dos pastillas escojas siempre y cuando esa pastilla sea lo que deseas y te lleve a donde quieres, o al menos te deje cerca. Esta frase tan simple puede convertirse en la decisión más compleja jamás tomada, pero si somos capaces de separar el trigo de la paja nos daremos cuenta que nada es para tanto.

Nuestros condenados sentimientos encontrados convierten decisiones sencillas en auténticos cataclismos para nosotros y nuestro entorno. En estas ocasiones la navaja de Occam se hace especialmente útil: “cuando tienes dos teorías en igualdad de condiciones, la más sencilla suele ser la correcta”.

Simplifiquemos, aunque sea difícil, y hasta puede que te encuentres en disposición de zamparte las dos pastillas.