Siempre me ocurre, cuando estoy disfruntando de una gran película o un buen libro, que quiero que los últimos minutos o las últimas páginas se alargen hasta el infinito y más allá, como diría el gran Buddy de "Toy Story". Me topo con la realidad que los grandes momentos vividos se diluyen en la realidad haciendo un hueco en mis recuerdos mas o menos indeleble. Es una huella bonita, que nunca se quiere perder y que de vez en cuando gusta revivir.
Con los malos libros, las malas películas y las malas experiencias es lo mismo pero al reves. Es el yang frente al ying. Deseas acabarlo antes de empezar y resulta muy fácil acabar con esa anguistia. Si hay que quitar esa peli a los tres minutos pues se quita, y si he de quemar el libro en una pira funeraria junto con otros miles de libros que jamás deberían haber sido escritos, pues lo hago y tan feliz me quedo. ¿pero que hay de las experiencias? Eso es mas delicado, ya que aunque te encuentras en situación de prevenir lo que te ocurre siempre queremos abrir la siguiente puerta a ver si esta nos lleva a la salida, cuando lo mas probable es que nos lleve al sótano. A pesar de saber que la situación es controlable, te das cuenta que el controlado eres tú, ya que supones una simple linea de código dentro de un complejo programa diseñado y tejido por muchas manos. Dejar escapar a ese solitario grupo de ceros y unos es, aparte de desestabilizador, en ocasiones imposible.
Y en esto me siento como cuando en ocasiones he desmontado un pequeño electrodoméstico. Cuando he reparado la averia (si he podido) y lo vuelvo a montar, rara es la vez que no me sobra un tornillo, una arandela o una chapa de color plateado que no se muy bien para que sirve. Pero compruebo con alegria, que al volver a enchufar el cacharro a la corriente eléctrica, éste vuelve a hacer su papel. ¿Qué he conseguido? Solucionar un problema y encima aligerar el peso del aparato, y eso no debe ser del todo malo.
Pero esto es fácil de hacer con una plancha o con un amplificador, pero parece ser que es imposible de hacer con las personas. Enfrentarse al destino es, en ocasiones, tedioso y peligroso, pero si yo soy capaz de encontrar un uso diferente para esa extraña chapa de color plateado, cómo no se va a poder hacer lo mismo con las personas. Esto es de perogrullo.
Recuerdo en estos momentos a una gran figura histórica como Julio Cesar, guerrero y estadista al que admiro dada la distancia histórica. Después de colocar a Roma en la cima del mundo convirtiéndola en un imperio que duraría siglos, se enfrentó a su última sesión del senado sabiendo que lo iban a matar. Pensó, reflexionó, valoró sus opciones, y por mucho que hubiera querido que sus conciudadanos tomaran otra acción sobre él, sabía que no podría evitar su asesinato. Caminó con paso firme con su toga bien puesta, su cabeza alta y su mirada al frente, directo al patíbulo. Repasó su vida sin arrepentirse de las decisiones que había tomado con anterioridad a pesar de que lo llevaban al final, porque esas decisiones se tomaron en un contexto que no daba pie a otras y no había que pensar en consecuencias que vendrían meses después, o incluso años después.
Dicen las crónicas, que en el momento del magnicidio, cuando estaba recibiendo más de cincuenta puñaladas por todo su cuerpo, ni un solo reproche, ni una sola queja salió de su boca. Ni siqiuera la famosa frase de "tú también, Bruto" fue real. Se limitó a recibir su castigo. Un castigo que el consideraba injusto después de todo lo que había hecho por el imperio, cosas que otras personas consideraban auténticos delitos.
En esa tesitura nos podemos encontrar en ocasiones. Cuando no hemos provocado una situación, sino que hemos ayudado a que un proyecto salga adelante con nuestras mejores intenciones y a pesar de ello, somos castigados sin entender muy bien por qué.
Supoongo que Julio Cesar pensó que habría una vida después de la muerte. Yo me quedo con una de las frases antológicas que dejó Groucho Marx en su vida cuando le hicieron esa pregunta: "Dudo mucho que haya vida antes de la muerte para algunos"
Un abrazo.
Con los malos libros, las malas películas y las malas experiencias es lo mismo pero al reves. Es el yang frente al ying. Deseas acabarlo antes de empezar y resulta muy fácil acabar con esa anguistia. Si hay que quitar esa peli a los tres minutos pues se quita, y si he de quemar el libro en una pira funeraria junto con otros miles de libros que jamás deberían haber sido escritos, pues lo hago y tan feliz me quedo. ¿pero que hay de las experiencias? Eso es mas delicado, ya que aunque te encuentras en situación de prevenir lo que te ocurre siempre queremos abrir la siguiente puerta a ver si esta nos lleva a la salida, cuando lo mas probable es que nos lleve al sótano. A pesar de saber que la situación es controlable, te das cuenta que el controlado eres tú, ya que supones una simple linea de código dentro de un complejo programa diseñado y tejido por muchas manos. Dejar escapar a ese solitario grupo de ceros y unos es, aparte de desestabilizador, en ocasiones imposible.
Y en esto me siento como cuando en ocasiones he desmontado un pequeño electrodoméstico. Cuando he reparado la averia (si he podido) y lo vuelvo a montar, rara es la vez que no me sobra un tornillo, una arandela o una chapa de color plateado que no se muy bien para que sirve. Pero compruebo con alegria, que al volver a enchufar el cacharro a la corriente eléctrica, éste vuelve a hacer su papel. ¿Qué he conseguido? Solucionar un problema y encima aligerar el peso del aparato, y eso no debe ser del todo malo.
Pero esto es fácil de hacer con una plancha o con un amplificador, pero parece ser que es imposible de hacer con las personas. Enfrentarse al destino es, en ocasiones, tedioso y peligroso, pero si yo soy capaz de encontrar un uso diferente para esa extraña chapa de color plateado, cómo no se va a poder hacer lo mismo con las personas. Esto es de perogrullo.
Recuerdo en estos momentos a una gran figura histórica como Julio Cesar, guerrero y estadista al que admiro dada la distancia histórica. Después de colocar a Roma en la cima del mundo convirtiéndola en un imperio que duraría siglos, se enfrentó a su última sesión del senado sabiendo que lo iban a matar. Pensó, reflexionó, valoró sus opciones, y por mucho que hubiera querido que sus conciudadanos tomaran otra acción sobre él, sabía que no podría evitar su asesinato. Caminó con paso firme con su toga bien puesta, su cabeza alta y su mirada al frente, directo al patíbulo. Repasó su vida sin arrepentirse de las decisiones que había tomado con anterioridad a pesar de que lo llevaban al final, porque esas decisiones se tomaron en un contexto que no daba pie a otras y no había que pensar en consecuencias que vendrían meses después, o incluso años después.
Dicen las crónicas, que en el momento del magnicidio, cuando estaba recibiendo más de cincuenta puñaladas por todo su cuerpo, ni un solo reproche, ni una sola queja salió de su boca. Ni siqiuera la famosa frase de "tú también, Bruto" fue real. Se limitó a recibir su castigo. Un castigo que el consideraba injusto después de todo lo que había hecho por el imperio, cosas que otras personas consideraban auténticos delitos.
En esa tesitura nos podemos encontrar en ocasiones. Cuando no hemos provocado una situación, sino que hemos ayudado a que un proyecto salga adelante con nuestras mejores intenciones y a pesar de ello, somos castigados sin entender muy bien por qué.
Supoongo que Julio Cesar pensó que habría una vida después de la muerte. Yo me quedo con una de las frases antológicas que dejó Groucho Marx en su vida cuando le hicieron esa pregunta: "Dudo mucho que haya vida antes de la muerte para algunos"
Un abrazo.
